Los pescadores, barequeros y cultivadores en su mayoría son campesinos sin tierra, para los pescadores su tierra es el agua, para los barequeros su tierra son las riberas de los ríos, para cultivadores su tierra es un sueño que tienen sin un papel que les de seguridad. Todos han sido despojados para que otros de muy lejos que no saben de sus tristezas acumulen, se enriquezcan y así poco a poco ellos y ellas con sus formas de vida a la antigua desaparezcan.
Los campesinos poseedores de tierras, en su mayoría sin título de propiedad, tiene cultivos propios de las riberas como el arroz, la yuca, el plátano y árboles frutales, combinan su actividad de cultivar la tierra con actividades en el río como pesca y el barequeo para complementar la dieta alimentaria de sus familias y sumar un poco de ingresos o simplemente para hacer algo mientras es tiempo de cosechar. En otros casos intercambian sus productos agrícolas por pepitas de oro para mandar a hacer un anillo o una
cadena como “contra” para los maleficios, o por pescado para variar el menú que además de ser de mucho alimento da fuerza y es afrodisiaco. Con familias extensas su mayor anhelo es heredar su capacidad de trabajo a los hijos y tierras que son “la única seguridad de una buena vida, una vida tranquila”, sueñan con tener una “finca bien montada” con la huerta acá, cultivos allá, el ganado y la cochera aquí, una casa con flores y bien pintada, una carretera para sacar sus productos, que los intermediarios no se queden con el fruto de tanto trabajo, que los precios para vender sean justos, que bajen los insumos para producir mejor, que sus hijos se casen bien casaditos, que no falte la comida y que se acabe la guerra. El hombre y la mujer campesina son seres humildes y dignos que saben diferenciar muy bien entre la humillación de vivir en la ciudad y la alegría y libertad de vivir en el campo.
Los pescadores y pecadoras, son pocas las mujeres que pescan pero las hay, son solitarios y solidarios, ensimismados, de pieles doradas por el sol, que disfrutan el sonido del bosque y el agua, de pocas palabras pero alegres, tranquilos, con montones de historias sobre animales nocturnos, pescas increíbles, leyendas que contradicen las historias de occidente «hombres que por fin pudieron convertirse en peces» no al revés.
Los pescadores trabajan generalmente en la noche y durante el día descansan en sus hamacas o chinchorros que en muchas ocasiones tejen como sus atarrayas; ven pasar el día entre revisar sus anzuelos de vez en cuando y la deliciosa comida que preparan sus esposas cuya base fundamental es él pescado «La que mejor sazona es la tierra, envuelves el pescao en hojas, brasas abajo, brasas arriba del hueco en la tierra». Para el trabajo en canoas crean pequeños grupos o parejas uno lanza la atarraya y otro maneja la canoa, esto depende de la corriente del río. Viven en casas a la orilla de los ríos, saben cuándo será la subienda y la esperan con ansias, también conocen los problemas del río, la sedimentación, la contaminación y cada situación relacionada con él y su vida, de la cual hacen parte. El comercio era fácil antes de la escasez del pescado, llegaban hasta la ribera los camiones y esperaban a los pescadores en las mañanas, ahora no hay camiones y no hay venta porque se está acabando el pescado.
Para el pescador lo principal ha sido mantener su costumbre de comer pescado antes que venderlo, le cuesta y le duele cambiar su dieta, a pesar de las dificultades y de verse obligado a trabajar en otras cosas como jornalero en fincas o moto taxi lo sigue intentando, va y busca, persevera y se alegra con tener algo de pescado para su propia comida y la de su familia, teme que sus hijos crezcan débiles por no comerlo, llora cuando bajan los peces muertos por los daños de las hidroeléctricas o las mineras, quiere hacer algo para salvar la vida del río porque ve en ello su propia salvación. Las mujeres dicen que el arte de la pesca no está sólo en atraparlos, hay que saber prepararlos porque si no se “estropea el pescao”, va hasta la felicidad de comerlos sabroso.
Hay más mujeres barequeras que pescadoras, generalmente madres solteras abandonadas o sobrevivientes de la guerra, hombres y mujeres que saben muy bien su oficio de separar el oro de manera artesanal de la “jagua” (arena de color negro que contiene el oro, es mucho más pesada que el resto de la arena), sus movimientos con la batea son delicados, usan hojas de los árboles, jabón u orines. La minería de aluvión la viven como una cosecha de oro, esperan los momentos del año adecuados para que el río coseche el oro, su cultivo depende de cuánto “cebe”, la ceba se produce en invierno cuando el caudal del río aumenta y arrastra desde las montañas el oro depositándolo en las orillas, en tiempos de sequía todo dependerá de cuanto baje el río para que les permita mayores posibilidades de cosecharlo. Todos los barequeros artesanales de río son trashumantes están de playa en playa “cateando” buscando el mejor lugar que no será otro en el que haya agua limpia, sombra y “buena pinta” (cantidad de oro por tarro de arena que ciernen en rudimentarias “sarandas” o “molinos” construidos con latas a las que perforan y telas debajo de ellas para atrapar la arena más fina que luego se lleva a la batea).
Los barequeros trabajan de día, muchos son solitarios, otros trabajan en parejas de amigos o compañeros sentimentales, saben de plantas, serpientes, aves, tatabras y otros muchos animales, pero sobre todo saben cuándo el río está bravo, cuando quiere llevarse a alguien por ser ambicioso, saben vivir en el bosque, se adaptan con gran facilidad a los cambios de las playas, les gusta la chicha
y las bebidas alcohólicas porque si no se gastan todo lo que recolecten, el río no les dará más. Saben cuándo están en riesgo y siempre hay peligro cuando tienes oro en la cintura, se cuidan entre ellos, se conocen, se respetan, adoran la libertad, no soportan que nadie les diga que deben o no hacer, sólo aceptan como su único patrón al río (“El patrón Mono” como le dicen al río Cauca en Antioquia), les gusta no tener horarios ni nadie que les defina cuándo trabajar o no. El oro también se está acabando así como el pescado, desde que desviaron el río y empezaron a construir la represa la “ceba” se queda ahí y ya no baja más, llenando sus vidas de angustias por no saber cómo dar sustento a su familia y sentir cómo su libertad se diluye.
Para pescadores y barequeros la vida transcurría al ritmo de las aguas, tener una cultura de río o del agua conlleva conocer su ritmo, sus cambios y lo que esto implica, sus deidades que ayudan a explicar estos cambios a veces repentinos otras veces esperados. Ahora el ritmo de la vida de un pueblo o del río que ha muerto con la contaminación y los megaproyectos les roba el espíritu, les deja sin aliento, su única esperanza es que haya otro río pero Hidroituango les dijo que no, que el Cauca no era de ellos, que ya era de Empresas Públicas de Medellín (EPM) y que no habían más ríos en los que les permitieran barequear.
Pescadores, barequeros y cultivadores son hombres y mujeres del agua, el eje estructural de su cultura es el río y el río se lo han llevado, ya no está, ya no es lo que era antes, ya es un inmenso charco al que no pueden ingresar, ya está contaminado, ya se fue para otro lado, en su lugar hay una vía, un túnel, sólo ahora cuando les han quitado sus ríos con los megaproyectos y les prohíben estar cerca de ellos, se dan cuenta que necesitan un lugar en el cual estar. Estar sin agua y sin tierra es quedarse sin un lugar en el mundo.